“La lista
de Schindler”. La he debido ver, al menos, cuatro veces. El otro
día la volvieron a emitir en televisión, y ahí estaba yo de nuevo.
No hay vez que la vea que no termine con un cóctel de emociones
difícilmente digerible: impotencia, frustración, tristeza,
esperanza.
Impotencia,
porque no entiendo como el ser humano pudo ser, y seguir siendo, tan
inexplicablemente cruel.
Frustración,
porque parece que nada podemos hacer para que estas situaciones no se
vuelvan a producir. Como si viviéramos en un deja
vu constante. Cuando no es por allí es por
allá, pero nunca, nunca lo suficientemente cerca como para que nos
afecte demasiado.
Tristeza,
porque....¿por qué? … pues porque sí. Creo que cualquiera que la
vea es imposible que no la sienta, y si no la siente, sinceramente,
se lo tiene que hacer mirar.
Esperanza,
porque siempre existen en estas situaciones héroes, personas
generalmente anónimas, que intentan que se produzca un cambio. “El
cambio”.
Oskar
Schindler, cambió. En principio su actitud fue interesada. Lo único
que veía en aquellos judíos era mano de obra para su fábrica, para
hacer dinero, y de paso evitar ser enviado al frente. Cambió, y con
ese cambio, también, puso en riesgo su vida.
A ver si
alguna vez se consigue que el mundo sea de los héroes y no de los
villanos.