sábado, 18 de agosto de 2012

Refresquémonos!!

Qué bueno y necesario, es de vez en cuando, parar, inspirar profundamente y expirar poco a poco. De igual forma, qué bueno, y en esta ocasión más que necesario, es “darse un buen chapuzón que limpie tanta porquería atrasada”, como ha comentado mi admirada Maruja Torres en su último artículo en El País Semanal.

Ella escribe sobre lo que nos está cayendo encima a nivel nacional. Los mercados, la prima de riesgo, la subida del IVA, los sueldos millonarios de banqueros y consejeros, etc. Pero yo, tomando prestada la frase, la enfoco de otra manera.
Darse un chapuzón, refrescarse y quitarse de encima todo lo que nos ha ido bombardeando a lo largo del año, y que va haciendo que la mochila pese cada vez más. Lo esperado y lo inesperado, provenga de donde provenga, de los esperados o de los inesperados, aunque normalmente la porquería de estos últimos pesa más, mucho más. Pero hay que tener cuidado, ¡qué se trata  de un chapuzón! No vaya a ser que uno se quiera refrescar tanto, que no lo controle y al final muera ahogado en la porquería.
Darse un chapuzón y salir con energías renovadas, casi purificado, esperando que esta vez la mochila se llene un poco menos.
Así pues, ¡al agua patos!

viernes, 10 de agosto de 2012

¿El fin justifica los medios?


Menuda se ha liado con el famoso asalto de miembros del SAT (Sindicato Andaluz de Trabajadores) a dos supermercados con el objetivo de coger comida y salir por la puerta sin pagar, con la intención, no lo pongo en duda, de dar esa comida a gente que lo está pasando mal, muy mal. Lógicamente, el objetivo final no era ese, era más bien armar revuelo y poner en boca de todos el debate social, y desde luego que lo han conseguido, es el tema de moda en los dos últimos días. Se hizo con alevosía y premeditación, si no, que hacían allí los medios de comunicación.

Que el debate salga a la calle, me parece estupendo, que escuches los distintos puntos de vista y se haga siempre desde el respeto. En la situación actual en la que nos encontramos, creo que se debe producir una revolución social, y por alguno de los post que he publicado así creo que lo he puesto de manifiesto. Una revolución pacífica, con acciones imaginativas.


Ellos hablan de expropiación, término que creo no se está utilizando correctamente, he estado buscando en varias fuentes la definición de expropiación (yo y mi obsesión por el significado exacto de las palabras) y siempre hace referencia a la adquisición de una propiedad privada por parte del Estado, normalmente , indemnizando al propietario perjudicado. A no ser, que utilicen este término, a propósito y de forma sarcástica, claro. Lo que han hecho es simplemente un hurto, que no robo, porque el robo debe llevar implícito la violencia o intimidación, y en este caso parece ser que no hubo.

Personalmente no estoy de acuerdo con esta acción. Puedo entender la situación por la que están pasando muchas familias, y que por fortuna yo ni nadie de mi entorno padece; porque es tiempo de sentirnos afortunados aquellos que tenemos un trabajo (sea como sea cómo estemos en él, que en todos sitios cuecen habas), comida y un techo. Desde luego que me hierve la sangre cuando escuchas o lees la situación de esas familias; y por otro lees los sueldos millonarios de consejeros de bancos a los que se ha tenido que inyectar dinero, “nuestro dinero”, para salir de la crisis que ellos mismos han creado, pero creo que eso no justifica que te tomes la justicia por tu mano. Porque si nos ponemos así, ¿dónde está el límite? ¿a quienes se les “permitiría”, estaría bien visto y hasta justificado que hurtaran en un supermercado?

No sé , pienso que las cosas pasan porque el gobierno empiece a tomar las medidas necesarias para dar todo el apoyo social a estas familias que se han visto abocadas a esa situación, pero el gobierno no lo hace..¿verdad?..y ahí está el problema. ¿Y qué hacer? Ya digo que para mí la única solución pasa por una revolución social, pacífica, constante y bien organizada, en la que se involucre toda la sociedad, en Islandia lo hicieron. Pero en un país en el que, increíblemente, se une más gente para recibir a la selección española después de ganar la Eurocopa que en las manifestaciones de protesta por los recortes sociales de todo tipo... qué podemos esperar.


lunes, 6 de agosto de 2012

Volare..oh, oh...cantare..


Pues eso...que a este paso, cuando saquemos un billete avión nos van a dar  a cada uno de los pasajeros una pieza, al más puro estilo Ikea, y vamos a tener que montar entre todo el pasaje el aeroplano. ¿Y si lo hacemos mal?...Ah! se siente, que para eso ya nos darán instrucciones, el siguiente paso será no darlas que seguro que se ahorra un montón de pasta. ¿Y si no hay asientos suficientes? Ah! se siente también. Aunque esto ya no es tanta ciencia a ficción, que ya en el año 2009 Ryanair, la compañía de low cost por excelencia, planteó la posibilidad de viajar en alguno de sus vuelos de pie. Parece que eso quedó en el olvido, pero seguro que volverá, como Arnol Schwarzenegger en “Terminator”.

¿Y qué me contáis de las odiseas que hay que pasar con el famoso equipaje de mano? No puedes llevar más que un bulto, así que el bolso al trolley, si es que cabe, que es mucho decir. Y por supuesto que no supere ni un centímetro las medidas establecidas, que si no va a la bodega, y encima pagas más que si lo hubieras facturado. A continuación vendrá la Ley de Murphy, es decir, después de que has conseguido meter dentro del trolley el maldito bolso, y con las cremalleras a punto de reventar, te das cuenta de que se te ha olvidado algo dentro de él, ya sea el carnet de identidad, el pasaporte, la tarjeta de embarque, el mp3,..no sé, algo seguro que se te ha olvidado. Así que vuelta a empezar, jurando en hebreo claro, vuelves a abrir el trolley, abres el bolso, sacas lo que se te ha olvidado y ...horror!!....ahora cerrarlo es mucho más complicado que antes, pero finalmente lo consigues. Uff..menos mal!

La siguiente fase es el “chantaje” en la puerta de embarque. Siempre hay problemas de exceso de equipaje en cabina, así que se piden voluntarios para que en vez de viajar con él lo dejes allí para que lo metan en la bodega; a cambio te dejan ser de los primeros, porque por descontado que vas sin asiento asignado. Si no eres de los que empieza a hacer fila en el mostrador, aunque falten tres cuartos de hora para que supuestamente anuncien el embarque, te lo piensas. Miras la fila...uff!! un montón de gente, piensas: “Vete a saber qué asientos quedan cuando entre, no sé cuantos serán, pero los del medio fijo”. Así que valoras, o un asiento que me agrade suficientemente, o “no sin mi maleta”. Finalmente, siempre hay voluntarios, incluso alguna vez yo he sido una de ellas. Y ahí es cuando recuerdas que no hace más de media hora has metido el bolso en la maleta, ¡con lo que te ha costado! Así que reviertes el proceso: abres la maleta, sacas el bolso, cierras la maleta, que ahora cierra igual de mal que si el bolso siguiera dentro porque con tanto abrir y cerrar se ha descolado todo; entonces vuelves a blasfemar por lo bajo, por supuesto.

Dejando a un lado el tono jocoso de lo anterior, bien es cierto que hay reconocer que cada vez queremos volar mejor y más cómodos, pero eso sí, más barato. Sí, sí más barato pero a costa de qué. Ahora cualquier vuelo a Europa que supere los ciento cincuenta euros, casi que parece una barbaridad, y sinceramente a mí me resulta barato.

Lo que ya me cuesta más entender es cómo es posible que al hacer la selección de asiento para mi próximo viaje, no precisamente en una compañía de lowcost no precisamente un vuelo barato (más de mil euros), me pretendan cobrar nada menos que sesenta euros más si quiero viajar en ventanilla. Parece que las grandes compañías se han sumado al carro de cobrar por todo, veremos cuánto tardan en cobrar por la facturación de la maleta.


domingo, 5 de agosto de 2012

¿Quizá fuíste tú?


Al principio, no me percaté de su presencia, pero luego, no me quedó más remedio que levantar la vista y echar un ligerísimo vistazo. Llevaba un poco de prisa y no es que llegara tarde, pero mi obsesión por la puntualidad me impidió detenerme, o al menos espero que la respuesta de mi actitud fuera consecuencia de ello.

El gentío que concurría a aquella hora en la estación de Callao se me hizo excesivo, más tarde descubrí que algunos de los grandes almacenes de la zona permanecían abiertos, y ello, unido a la gran cantidad de lugares de ocio que allí se concentran, justificaba la muchedumbre. El tren se detuvo, miré el reloj por enésima vez para asegurarme que podía ir tranquila. Al abrirse las puertas una multitud salió de aquel estómago de hierro y se dirigió a las escaleras, entre ellas yo. Todos con mucha prisa, sin respetar el espacio ajeno, luchando por llegar a la salida lo más pronto posible; y eso que la carrera de obstáculos no había hecho más que empezar. Los pocos despistados que no saben bien el camino son adelantados sin piedad por los más ávidos, que a fuerza de costumbre, conocemos dónde está la salida de aquellas estaciones más frecuentadas.

Fue entonces, mientras estaba siendo engullida por la masa, cuando pude vislumbrar su silueta en un banco, a unos veinte metros de mí. Observé, mientras procuraba no tropezar con los demás, como de vez en cuando levantaba su brazo derecho como queriendo llamar la atención sobre los que cerca de ella pasaban. Me quedé mirando sólo unos segundos, los suficientes para no entender lo que pasaba, bajar la cabeza, intentando pasar desapercibida. Cuando estuve suficientemente cerca volví a alzar la mirada, permitiéndome definir perfectamente los rasgos de lo que unos metros antes era, tan solo, una imagen difuminada entre otras muchas. Se trataba de una mujer de avanzada edad, con una expresión desencajada en su rostro, o al menos a mí me lo pareció, y con la mirada perdida, tan perdida que, incluso, me pareció ciega. Al pasar justo a su lado, también intentó llamar mi atención de la misma forma que había hecho con los demás, diciendo algo al mismo tiempo, que en ese momento no pude descifrar. He de confesar que ni siquiera hice caso de su llamamiento, así que tampoco intenté entender lo que decía, sólo sé que algunas palabras salieron de su boca. Puedo asegurar, no sin vergüenza, que realicé un acto de “no oír”, me negué a escuchar. En una ciudad como Madrid el “no oír” se realiza varias veces al día, si no te volverías loco. Así que, simplemente, pasé de largo. Seguí avanzando intentando que mi espacio no fuese invadido por los demás, que parecían tener hoy más prisa de lo habitual.

Cuando me encontré en las escaleras mecánicas reconstruí la imagen en mi memoria y, sorprendentemente, sin demasiado esfuerzo, las palabras pronunciadas por aquella anciana afluyeron: ”¡Oiga, joven!” . Eso era lo que había dicho. Es increíble como funciona el subconsciente, unas palabras que apenas habían sido escuchadas, entre otras cientos, se quedaron grabadas en mi mente, para luego ser reproducidas. Pero no fueron aquel par de palabras lo que me incomodó, al fin y al cabo tan solo eran eso, dos palabras; fue el tono de súplica, un desgarrador eco de soledad y llanto; en cambio no me detuve, seguí mi camino intentando llegar sana y salva al final del camino. En ese momento no tenía sentido darme la vuelta para preocuparme por lo que podría ocurrirle a aquella mujer; además, ¡con lo que me había costado llegar hasta el vestíbulo de entrada! 

Vivimos en la cultura del miedo, vivimos aterrorizados por lo que vemos y oímos, por lo que nos cuentan y nos dicen; y eso queramos o no nos condiciona. Sí, sí, el miedo. Pero quizá no sólo tengamos nosotros la culpa, también los que nos rodean aportan su granito de arena. Es la sociedad la que hace que tengamos que actuar con diversos escudos para preservar nuestra integridad, o así lo creemos. Lo sé, no es una excusa muy buena, pero no hay otra.

Supongo que en el momento que vi a aquella mujer, recordé que, casualmente también en el metro, me ocurrió algo peculiar. Aquella vez el metro no iba muy lleno. En cierta estación, no recuerdo cual, subió una señora mayor, como esta, pero más, bastante más, desaliñada. Su aspecto era grotesco. Llevaba dos o tres faldas superpuestas, y otras tantas camisas debajo de una chaqueta de lana, unos leotardos de lana de un color difícil de definir, con unos cuantos agujeros, y unas zapatillas de andar por casa, todo ello aderezado con unos cuantos kilos de suciedad. Lo único que pude sentir fue lástima pero a la vez incomodidad, su aspecto era realmente repulsivo. En cuanto las puertas del vagón se cerraron y el tren reemprendió la marcha, la mujer comenzó a pasear de un lado a otro del vagón, diciendo cosas sin sentido. Los pocos que íbamos en aquel vagón pensamos lo mismo: ”Está como una chiva”. Ella pareció leernos el pensamiento, y de repente empezó a gritar: “No os riáis, no me miréis así. Llevo un cuchillo en la bolsa y os rajo a todos, así que cuidado conmigo”. Las palabras fueron lo de menos, lo realmente amenazante era su cavernosa voz que unida a la negra complicidad de túnel, hacía que la escena fuese realmente inquietante. Todos, como guiados por el mismo resorte, miramos la bolsa, pero a decir verdad era imposible adivinar lo que contenía, podría sacar de allí cualquier cosa. El trayecto hasta la siguiente estación se hizo extremadamente largo, parecía haberse detenido el reloj - y aunque ha habido momentos en que la famosa canción de Los Panchos me hubiese gustado que se cumpliese, desde luego ese no era uno de ellos-. Ella continuaba al acecho, vigilando el menor movimiento, con aquellos negros ojos que no cerraba ni para pestañear. Unos ojos como platos, que encajaban a la perfección en sus hundidas órbitas, acompañados de unas espesas cejas haciendo que Anthony Perkins en “Psicosis” no le llegara a la altura de la suela de los zapatos. Me impacienté, sólo quería que apareciera la claridad que delata la llegada de la siguiente estación, y si no era ella la que se bajaba lo haría yo. De todas formas intentaba tranquilizarme pensando: ”¿Cómo es posible que esta vieja saque un cuchillo, y se líe a navajazos con todo el vagón? No, no puede ser”. Pero al rato me contradecía: ”En realidad hay gente muy loca, ¿no se ven cosas parecidas todos los días en el telediario?”. Por fin respiré tranquila cuando el tren hizo acto de presencia en el andén y todavía aquella mujer no había desenvainado.

No sé si aquel suceso, y otros tantos parecidos que te cuentan, influyó en mi decisión de no detenerme esta vez; no sé si pensé que aquella mujer, aún con su desvalido aspecto podía sacar un cuchillo o una espumadera de la cocina y arrearme con ella en todo lo alto. Desde luego no tenía ninguna pinta de eso, pero ya sabemos que las apariencias engañan. El metro es un escenario en el que suceden las cosas más imprevisibles y esperpénticas, de modo que todos procuramos pasar el menos tiempo posible dentro de él, respirando aliviados al sentir en nuestros pulmones el contaminado aire de Madrid.

Ahora me pregunto, y entonces también mientras estaba en el cine, no sin un cierto sabor de amargura, cómo estaría aquella mujer. Me gustaría pensar que alguien paró para atender su llamada. ¿Quizá fuiste tú?


miércoles, 1 de agosto de 2012

¿Alunizas o alucinas?


Siempre he sido muy escéptica con el tema de que el hombre en el año 1969 pisara la Luna. En Internet encontramos mucha información sobre este debate, con los fundamentos, tanto de los detractores como de los defensores de la “teoría de la conspiración”. Yo no digo que fuera o no verdad, sólo me hago mis propias preguntas.

A mí lo que me parece harto curioso es que después de las famosas misiones de los Apollos que duraron hasta el año 1972, no se haya vuelto nunca jamás. Hace más de 40 años ya de aquello, la tecnología desde entonces ha evolucionado a una velocidad vertiginosa, los medios con los que se cuentan ahora no son, ni por asomo, los de entonces y seguramente algunos interesantes estudios que no se realizaron en su día se podrían hacer hoy. ¿Y no se ha vuelto? ¿No hay nada más que investigar,más estudios, no sé...algo?

Hay que tener en cuenta, por supuesto, la coyuntura política de la época entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Plena Guerra Fría y la disputa por la carrera espacial. Los rusos llevaban ventaja: el primer robot en estrellarse contra la Luna fue el “Luna 2”; el “Luna 3” fue el primero en enviar imágenes de su superficie (en 1959), y el “Luna 9” fue el primero en alunizar de una pieza, en 1966. Por su lado  el programa norteamericano Suveyor, hizo llegar, después de los logros rusos , cinco sondas lunares automáticas (de las siete que envió, es decir un 71% de éxito) entre mayo de 1966 y enero de 1968. Y en el año 1969, sólo un año y medio después, llegan con una nave tripulada, se dan un paseíto, dejan una bandera y una huella, y con las mismas se marchan, y todo eso grabado y retransmitido al mundo entero. No me digáis!!! A mí, al menos, me da que pensar.

Hace unos días apareció la noticia, en el periódico, que las famosas banderas que dejaron cada una de las misiones espaciales estadounidenses siguen hoy en pie. Una de las imágenes de la sonda espacial LRO de la NASA así lo confirmaba. Ahí va la imagen:




A mí, personalmente, me hubiera dado igual que me pusieran esta otra.

Imagen que he retocado con PhotoShop partiendo de la anterior

¿Cómo puede ser que las banderas y el mástil sigan en pie con las condiciones que se dan en la Luna? Cambios de temperatura de hasta 500 grados en un mismo día, radiación ultravioleta y la exposición directa a los rayos solares. Tengamos en cuenta que esos materiales eran los existentes en el año 69 en la Tierra, y que según parece la bandera era de nylon. 

Una cosa está clara entonces, y es que no se fabricaron con obsolescencia programada .