El
otro día no me quedó más remedio que comprarme un ordenador
portátil nuevo. Tenía ya cuatro años, que pensándolo bien tampoco
es tanto, pero tal y como avanza la tecnología se puede decir que
realmente era una antigualla. Tengo que reconocer que no era un
necesidad imperiosa, pero ya había empezado a darme problemas hacía
tiempo y mi paciencia empezaba a agotarse. Lo último fue cuando dejó de funcionar el ratón inalámbrico, claro que yo eché la culpa al
ratón y no al ordenador, como he comprobado posteriormente. El ratón
funciona perfectamente.
Todo
esto me hizo pensar en la obsolescencia (¡cuesta hasta
pronunciarlo!) programada, es decir , programar desde fábrica la
vida útil de un producto. El fin no es otro , por supuesto, que no
se rompa la cadena de consumo y así asegurarse futuros clientes;
aunque hay que andarse con ojo no vaya ser que te pases y a lo que te
conduzca sea a todo lo contrario: el fracaso del producto.
Esto le ocurrió a Apple con el primer Ipod que sacó al mercado, era
imposible cambiar la batería una vez que dejaba de funcionar , la
única solución era comprarse otro. Se llevaban vendidos tres
millones de unidades en Estados Unidos y los usuarios estaban muy
descontentos, hasta que uno de ellos decidió denunciar. A Apple no
le quedó más remedio que revelar información técnica del proceso
de fabricación, y la parte demandante descubrió que la batería se
había diseñado para tener una vida útil muy corta. El resultado de
ese juicio fue la creación por parte de la empresa de un servicio de
recambio de batería y prolongó la garantía hasta dos años, a
parte de la indemnización que tuvieron que dar a los demandantes.
El primer ejemplo de obsolescencia programada data de principios del siglo XX. En el año 1924, Osram, Philips y Zeta, entre otros, llegaron a un acuerdo por el cual no se podían fabricar bombillas cuya duración superara las 1000 horas. Bastantes años antes se habían inventado bombillas con una duración que superaba con creces este tiempo, incluso una de las primeras que desarrolló Thomas Edison en el año 1885 ya tenía una duración de ¡1500 horas! Así que mal negocio iba a ser uno en el cual la cadena de producción con el paso de los años se pararía, por eso a los fabricantes no les quedó más remedio que unirse para vencer.
En la actualidad tenemos un montón de ejemplos de productos con obsolescencia programada: impresoras, ordenadores, televisiones, lavadoras, frigoríficos, móviles, cámaras digitales...
¿Realmente
estaríamos dispuestos a renunciar a la compra de un nuevo producto
aún cuando el que tenemos funcionara perfectamente, eso sí, pasado
de moda y con menos prestaciones, beneficiando además de esta forma
al mantenimiento del medio ambiente por la reducción de miles de
desechos?
Lo veo difícil, muy difícil. ¿Qué fue antes el huevo o la gallina? ¿La obsolescencia programada o la sociedad de consumo?