Viajamos
y vamos cámara en ristre queriendo inmortalizar el momento. Y es en casa , al regreso, cuando nos damos cuenta que la imagen no
refleja, la mayoría de las veces, ese instante. Porque cuando de
verdad haces una fotografía a un momento concreto, ese momento no
está formado solo de lo que ves, también es lo que sientes. Lo que
tú ves y la cámara no.
Hace
muchos años, me encontraba en un apartamento en Punta Umbría. Eran
los días finales de un veraneo. Había sido un buen verano y
escribí lo que sigue.
“No
fui yo quien dirigió mis pasos hacía allí. Algo superior, una
fuerza oculta, me arrastró; con suavidad, con sutileza. Sin ofrecer
resistencia atravesé el umbral del balcón y me senté.
El
sol decía adiós, como había hecho, y seguiría haciendo, día tras
día. El ocaso transformó los colores, los olores. En pocos minutos
se pasó de un azul opaco, oscuro, sin brillo, sin fuerza, sin vida;
a un anaranjado pasión, atrevido y descarado.
El
mar en calma. Aguardando su momento, ahora el protagonismo no es
suyo.
Aquella
escena invitaba a la melancolía, empujaba a la nostalgia. Era la
historia de siempre: la ida y el regreso; como hace el sol cada día.
¡Recordé tantas cosas! Tantas anécdotas, tantos cafés, tantos
silencios rotos. Recordé personas, recordé amigos. Aún no me había
ido y ya sentía la ausencia.
No
pude resistirlo, cogí mi cámara e inmortalicé el momento. Pero mi
fin no era detener el tiempo. El sol, el mar, el cielo por si solos
no significan nada. Fotografié recuerdos; pretendí guardar la
instantánea de lo que sentía, de lo que recordé durante aquel
lapso de tiempo, durante aquel pedazo de eternidad.”
La fotografía no se corresponde con ese momento, pero puedo
asegurar que es una imagen muy similar. Y también puedo asegurar que estaría escuchando "Ese amigo del alma" de Lito Vitale.