Ayer
cuando escuché en las noticias que había muerto Claudio Carudel,
me vinieron a la memoria recuerdos de la niñez. Seguramente a
la inmensa mayoría su nombre les sonará a chino. A mí, en cambio,
no. Carudel ha sido uno de los jockeys referentes en España; él,
junto con Román Martín o Gelabert. Carudel y la cuadra Rosales, en
la época en que el hipódromo de la Zarzuela era el Hipódromo. Muy
lejos de lo que es ahora, un punto de encuentro de gente guapa,
sobre todo los jueves por la noche, que va allí para ver y que les
vean, y para decir que ha estado en el hipódromo porque queda muy
glamuroso.
Pasé
allí muchos domingos por la tarde.
El
hipódromo era el Hipódromo cuando se paseaba aquel simpático
vendedor de helados, nevera en ristre, vociferando “¡¡¡¡¡al ricooooo bombón
helado, al ricooooo bombón helado!!!!”. Seguramente me provenga de esa
época que en la actualidad deteste los bombones helados, el “Magnum”
incluido. Todos los domingos tocaba bombón helado, gustara o no. El
hipódromo era el Hipódromo cuando en la puerta estaba la señora de
siempre, ataviada con aquel sombrero con una flor en el lateral,
vendiendo “chistes de amor a cinco pesetas” . Una mujer que
parecía tener al menos un siglo a sus espaldas, que emanaba tristeza
y ternura a partes iguales. Y cuando la apuesta mínima, a
colocado, costaba cinco o diez pesetas.
También
recuerdo, aquel domingo que me quedé castigada sin ir, por tragarme
la bola de esos juguecitos de la época que consistían en
conducirla, sin salirse del camino, hasta su destino. ¿Cómo me las
apañaría yo para quitar el plástico protector y tragarme la famosa
bola? Bueno... también como me las apañaría, años antes, para
pegarle un par de tragos al bote de insecticida.
Volví
al hipódromo mucho tiempo después, hace ocho años más o menos,
pero por supuesto que ya no era lo mismo. Ni estaba el vendedor de
helados, ni la señora que vendía chistes en la entrada ni las
apuestas eran en pesetas.

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