domingo, 7 de abril de 2013

Treinta y nueve y medio


Se despertó sobresaltada. Le pareció sentir que una especie de líquido viscoso resbalaba por su rostro. Despacio pasó la mano derecha por su frente. “Algo no va bien”.

Abrió los ojos. Oscuridad total. Le costó recordar que la noche anterior había bajado la persiana por completo. Intentó ubicarse, no sabía si se encontraba a los pies o la cabecera de la cama, en el lado derecho o en el izquierdo; cuando lo consiguió alargó el brazo hacia la mesilla y con dificultad encendió la lámpara. Parpadeó varias veces intentando así poner orden a sus sentidos. No había duda, todo en la habitación estaba en el lugar equivocado. La cama, la cómoda, la mesilla, ella misma estaban en el techo. Sentía una horrible presión en el tórax, le costaba respirar.


Cerró los ojos, todo lo fuerte que ese cansancio infinito le permitió, con la esperanza de que al volverlos a abrir cada cosa hubiese vuelto a su sitio. Ella también. No fue así. 

Una fría losa sobre sus párpados le obligó a cerrarlos de nuevo. Mientras se sumía en un incontenible sopor creyó escuchar: “Treinta y nueve y medio. Delira”.


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