Se
despertó sobresaltada. Le pareció sentir que una especie de líquido
viscoso resbalaba por su rostro. Despacio pasó la mano derecha por
su frente. “Algo no va bien”.
Abrió
los ojos. Oscuridad total. Le costó recordar que la noche anterior
había bajado la persiana por completo. Intentó ubicarse, no sabía
si se encontraba a los pies o la cabecera de la cama, en el lado
derecho o en el izquierdo; cuando lo consiguió alargó el brazo
hacia la mesilla y con dificultad encendió la lámpara. Parpadeó
varias veces intentando así poner orden a sus sentidos. No había
duda, todo en la habitación estaba en el lugar equivocado. La cama,
la cómoda, la mesilla, ella misma estaban en el techo. Sentía una
horrible presión en el tórax, le costaba respirar.
Cerró
los ojos, todo lo fuerte que ese cansancio infinito le permitió, con
la esperanza de que al volverlos a abrir cada cosa hubiese vuelto a
su sitio. Ella también. No fue así.
Una fría losa sobre sus párpados le obligó a cerrarlos de nuevo. Mientras se sumía en un incontenible sopor creyó escuchar: “Treinta y nueve y medio. Delira”.
Una fría losa sobre sus párpados le obligó a cerrarlos de nuevo. Mientras se sumía en un incontenible sopor creyó escuchar: “Treinta y nueve y medio. Delira”.

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