domingo, 9 de junio de 2013

La comunidad

No me avergüenza confesar que la única ocasión en la que me relaciono con mis vecinos es en  las reuniones de la comunidad. Cuando abro el buzón y veo la convocatoria, pienso con desgana, ya tenemos “Aquí no hay quien viva”. Y es que estas reuniones son tan largas y pesadas que intento escabullirme, cualquier excusa me parece buena, incluso una cita en la peluquería -cosa que detesto-. Es entonces cuando surge mi Pepito Grillo “vives en comunidad, al menos, debes estar al tanto de los problemas”; porque siempre son problemas, nunca surge una buena noticia del tipo: nos han condonado pagar el recibo de la luz durante un año. Las últimas veces he estado en la duda de ingerir un valium que me adormezca durante las interminables horas o beberme un Red Bull para tener la energía necesaria, transformarme en Beatrix Kiddo y acabar, de una vez por todas, con el vecino pesado que diserta, sin piedad, sobre las luces del garage, el estado de las calderas, los cubos de la basura, el servicio de limpieza, el portero, ...Desde el primer día que me mude a mi casa actual fui consciente que rápido debía decidir entre pasar inadvertida o correr el riesgo de que un día se presentara alguien a pedirme sal, terminara compartiendo mantel y sobremesa, mientras mis planes de media tarde pasan a un segundo plano. Opté por lo primero, aún siendo consciente que puedo perder la oportunidad de conocer a gente interesante y que tener un buen vecino no es poca cosa. Pero sí, soy asocial, en cuanto a relaciones comunitarias se refiere.

Ahora que empieza el verano y con ello la apertura de las piscinas, bonito lugar donde los haya, tengo que elaborar la estrategia del camuflaje. Durante estos años
no he hecho mucho uso de la misma, pero he decidido cambiar, que para algo pago parte de su mantenimiento y lo que es más, soporto horas y horas de debate insufrible sobre horarios de apertura, comienzo de temporada, quitamos el césped natural y ponemos artificial, colocamos sombrillas, cambiamos de empresa de mantenimiento, cuántas horas debe estar el socorrista... La táctica será la misma que he seguido en las contadas ocasiones de veranos anteriores: los auriculares puestos desde casa, gafas de sol y un buen libro. Una pena que lo mío no sean las pamelas, porque me tocaría con una enorme. Si hay alguien , saludo con educación, pero me coloco lo más lejos posible no vaya a ser que pueda surgir una conversación sobre el tiempo que de pie a la sal, comida y sobremesa. Por descontado que tampoco entablo conversación con el/la socorrista, que está trabajando y cualquier distracción en la desolada piscina puede ser fatal.

A estas alturas de lo escrito queda claro que no soporto esas comunidades Melrose Place, en las que todos se conocen y todos se despellejan en la intimidad de sus casas, y a veces, ni eso. Hace tiempo asistí a la siguiente escena. Me encontraba en la piscina de X e Y, con mis auriculares a un volumen moderado, cuando a mi vera se colocaron dos cotorras, a las que solo la experiencia de estar duchas en esas cuitas, permitieron en un abrir y cerrar de ojos, despedazarles. Como lógicamente no me conocían, hablaban con la impunidad que da el no sentirse espiadas. Me hubiese gustado ver la cara que pusieron cuando X e Y bajaron, se acercaron y comenzaron a charlar conmigo con la familiaridad que da el conocimiento de muchos años, pero me dio pudor mirarlas con descaro; en cambio ellas sin el más mínimo, como si tal cosa y con entusiasmo fingido, saludaron y se unieron a la conversación.


La vida misma.



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