miércoles, 10 de julio de 2013

EL objeto imperdible

Hace poco “El País Semanal” publicó un reportaje acerca de los objetos fetiche de personas conocidas. Ese objeto que salvarías de la quema, en caso que se produjese un incendio en casa. Esto me dio que pensar. ¿Cuál indultaría yo? Miré alrededor durante un buen rato, y me preocupé, no encontré ninguno. ¿Cómo es posible que no hubiera ninguno? Llegué a la conclusión que si tuviera que elegir, lo haría al azar, entre esos que tuvieran un valor sentimental especial o que hubieran viajado desde muy lejos. Pero no sentí que si no pudiera agarrar alguno, me fuera a rasgar las vestiduras. En cambio, sí sentí que lo vivido, que en definitiva es lo que te evoca esos objetos, perdurará dentro de mí mientras yo perdure.

Como no encontraba nada, cambié de perspectiva. ¿Alguna vez había perdido algo realmente importante o a lo que tuviera un apego especial? Me asaltó el recuerdo del año pasado cuando en un viaje, mi amiga A. perdió, contra su voluntad por supuesto, la funda de una cámara a la que tenía especial cariño y que había comprado en un viaje anterior (después de un año de ardua búsqueda). Cuando nos percatamos de la pérdida sé que la fulminé con la mirada, me disgusté; pero tan solo duró un instante. Luego cuando vimos las fotos del viaje y aparecía en una mesa, en una silla, en el bolsillo de una chaqueta,...nos reíamos. Era como el enano de la película “Amelie”, estaba en todas partes.

Recordé también, que este mismo año, en la víspera de otro viaje, habíamos quedado en casa de A. para repartir las cosas que teníamos que transportar en los coches. Por la noche, cuando bajé a la calle a buscar el coche para hacer efectivo el trasvase, no lo encontraba. Iba pulsando el mando a distancia y no se iluminaba ninguna luz. Estuve calle arriba, calle abajo durante un buen rato. Al final llamé a P. que había ido conmigo, y le espeté: “El coche no está” ; “¿Cómo que no está?”, escuché al otro lado. “Pues que no está”. A mí en realidad lo que me preocupaba no era que mi coche hubiera desaparecido sino el cómo nos íbamos a ir al día siguiente a las 7 de la mañana. Al final apareció; incomprensiblemente, en todas las idas y venidas me había pasado desapercibido.

Visto lo visto parece que no tengo ningún afecto por las cosas materiales, lo cual me tranquiliza bastante porque si algún día me veo en la tesitura de tener que elegir, lo haré sin dramas.


Esta canción no tiene nada que ver con lo escrito, la cuelgo porque me encanta el álbum “Gold” de Noa  y es lo que escuchaba mientras escribía el post.  





2 comentarios:

  1. Eso es que eres una mujer de preferencias... no de apegos. Lo cual yo pienso que es salud.
    Yo creo que los apegos... da igual un poco a que estén enganchados.
    El apego a una cosa no tiene porque ser tan malo como el apego a una persona. Todos hemos padecido o conocido a personas que padecen un cierto apego a personas y...sabemos que pueden ser muy dolorosos.
    El apego a un recuerdo puede estancar nuestra vida. Y mantenernos en una búsqueda constante del buen instante que fue.
    Pero ¿qué me dices del apego a la propia identidad? A eso que creemos que somos, a una cualidad que consideramos relevante en nuestra persona,... A veces la vida te pone en situaciones en las que necesitariamos renunciar a esas "buenas cualidades" que creemos tener para superar la situación y... ahí nos quedamos, pegaditos a nuestra identidad ... sufriendo.
    En general, los apegos impiden fluir con la realidad del presente. Esto puede traducirse simplemente en una perdida de energía o en aceptar procesos de sufrimiento, con tal de no renunciar.
    Las preferencias son sanas, los apegos son obsesiones.

    ResponderEliminar
  2. Totalmente de acuerdo. Como dices los apegos de cualquier tipo, en muchas ocasiones, no te permiten tomar la distancia suficiente para ver más allá.

    ResponderEliminar