domingo, 16 de diciembre de 2012

No, sin mi móvil...arggg!!!


Madrid. 8:00H. Andén de cualquier estación de metro. Silencio. Unas luces aparecen por el negro túnel, el tren se acerca. Las puertas se abren. No hay asientos libres, como todas las mañanas a estas horas. Acomodo la espalda en una de las puertas del lado opuesto al que he entrado. Observo. Todos están concentrados mirando la pequeña pantalla de su Smartphone. Algunos se conocen, lo sé porque apartan la vista ligeramente de la pantalla, pero solo por un instante, el suficiente para mirarse y esbozar una sonrisa sin cruzar ni media palabra. Así pasan quince minutos y seis estaciones.

Madrid. 14:00. Restaurante. Entro con mi acompañante. Nos sentamos en una mesa apartada junto a la pared. Observo. Cuatro mesas ocupadas. Dos personas en cada una de ellas. En dos se come en silencio. En la más lejana uno de los comensales habla animadamente, el otro sujeta el teléfono con la mano izquierda y con la derecha el tenedor. En mi propia mesa, mi acompañante sostiene el teléfono con la derecha, no parece que tenga mucha intención de escuchar nada de lo que voy a contarle, aunque en mi apremiante llamada decía que era urgente. Necesitaba hablar, pero sobre todo que me escucharan.

Madrid. 19.28H. Teatro Príncipe. Un minuto para que comience la obra. Silencio. La platea a oscuras, si no fuera por las decenas de minúsculos resplandores.

Madrid. 19.35H. Teatro Príncipe. Música en la lejanía del último hit parade de David Guetta.

Madrid.19.53H. Teatro Príncipe. Sonido de recepción de un mensaje.

Madrid.20.05H. Teatro Príncipe. Sonido de lo que parece el piar de un pájaro, seguramente de la recepción de un whatapps.

Madrid.20.27H. Teatro Príncipe. Sonido de recepción de mensaje.

Madrid.20.43H. Teatro Príncipe. Música del himno del Real Madrid cinco butacas a mi derecha.

Madrid.20.54H. Teatro Príncipe. Sonido lo que parece el tañido de una campana, seguramente de la recepción de un whatapps.

Madrid. 22.37H. Restaurante en el centro. Ni una mesa vacía. Murmullo de conversaciones cruzadas. Observo. Todos hablan pero no por ello dejan de mirar de reojo a un pequeño aparato encima de la mesa, que en cuanto da señales de vida, surte el hipnotizante efecto de dejar a un lado la conversación.

Madrid. 1.13H. Parte trasera de un taxi. Durante todo el camino a casa, unos veinte minutos, el móvil del taxista no ha dejado de vibrar a la vez que emitía un estridente y exasperante sonido.

Madrid. 1.37H. Abro la puerta de casa, un calor reconfortante me saluda. Me quito el abrigo, el gorro y los guantes. Voy al servicio, levanto la tapa del inodoro, cojo el móvil entre el pulgar y el índice. Lo lanzo sin remordimiento. Tiro de la cadena. Se resiste a irse. Tiro otra vez. No hay manera. Tiro por tercera vez. Ahora sí.


Hay veces que te dan ganas de hacer lo que propone este relato de ficción; de ficción el último hito porque el resto se desvía muy poco de la realidad. No somos conscientes de que forma tan sutil el móvil se está adueñando de nuestro tiempo. Por supuesto que no lo demonizo, yo también lo utilizo. Poco a poco se va cayendo en una dependencia imperceptible de la que solo eres consciente cuando , por cualquier motivo, no lo llevas contigo. ¡Al salir  de casa te aseguras de que llevas el móvil encima antes que las propias llaves! 

Hace unas semanas el whatsapps estuvo caído por unas horas. Seguro que más de uno pasó un mal rato, y esto da que pensar. Me pregunto : ¿qué es lo que hacíamos hace no más de 5 años?


3 comentarios:

  1. Ya decía yo que no serías capaz de tirar el móvil por el inodoro jajaja xD

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  2. Muy bueno el relato, pero ocurre sobre todo con los jóvenes, pues sino hablan hacen jueguecitos

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